miércoles, 3 de agosto de 2016

Abuelas israelíes, guardianas de los derechos humanos en los puestos de control


Abuelas israelíes, guardianas de los derechos humanos en los puestos de controlCada mañana acuden con papel y bolígrafo dispuestas a denunciar las irregularidades que cometen los soldados israelíes en territorios palestinos

El pelo cano y los achaques de la edad no son impedimento para que decenas de abuelas israelíes se levanten cada mañana y, con papel y bolígrafo bajo el brazo, acudan a decenas de puestos de control militares en territorio palestino dispuestas a denunciar las irregularidades que cometan los soldados.

Son casi las dos de la tarde y la conocida como “Puerta de la Agricultura” de Hableh, al nordeste del territorio ocupado de Cisjordania, que separa a esa población de sus tierras agrícolas, retiene a decenas de palestinos que esperan a que soldados israelíes abran el paso para poder ir a trabajar o volver a casa a almorzar.

Daniela Gordon, psicóloga israelí septuagenaria, observa atenta cómo los militares -que abren este control tres horas al día- piden los permisos de entrada a los palestinos que, principalmente agricultores, bajan de sus mulos y tractores para ser registrados mientras que ella toma nota de todo el proceso.

250 mujeres
No es un trabajo, ni gana dinero por lo que hace. Como ella, casi 250 abuelas israelíes “luchan contra la ocupación y por la defensa de los derechos humanos” a través de la asociación “Majsom Watch”, (‘majsom’ significa en hebreo obstáculo y se utiliza para denominar los puestos de control), que lleva quince años monitorizando los abusos de fuerzas israelíes en estos controles.

“¿Puedes abrir esa puerta para que no se congestione la gente en el control de acceso?. ¿Y por qué no dejas pasar a este anciano?”, media Gordon ante los soldados israelíes de este cruce, con los que, como el resto de jubiladas, tiene una buena relación.

Presión, supervisión y monitorización. Tras más de una década como guardiana de los derechos humanos en cualquiera de las barreras militares diseminadas por las zonas palestinas ocupadas, a Gordon se le acumulan las historias y sentimientos a la hora de hablar de lo que ha vivido.

“Los soldados prohibían a una chica palestina, extremadamente delgada y consumida por un cáncer, ir a un hospital israelí, pero después de hablar con ellos y hacer muchas gestiones, lo conseguimos”, explica a Efe esta israelí de apariencia frágil que, emocionada, recuerda cómo aquella joven se lo agradeció: “Tú, mujer, tienes alas”, le dijo.

Gordon consiguió también que un padre palestino pudiera pasar a Israel, donde su hijo había muerto en un hospital. “Pero si ya está la madre con el niño”, le decían los soldados, a lo que esta anciana recriminó: “Debe usted entender que el padre también quiera despedir a su hijo”.

Estas abuelas, con más tiempo y menos responsabilidades, han encontrado en “Majsom Watch” su principal deber. “Hago lo que hago por mis hijos y nietos, para que puedan vivir en un lugar en paz al que aún amo”, refiere a Efe esta mujer que, tras una pausa, confiesa: “Por supuesto que este conflicto hace que me sienta menos orgullosa de ser israelí”.

Tachadas de traidoras
Las ancianas no están libres de crítica, gran parte de la sociedad del país las considera unas traidoras: “Nos llaman desertoras, las chicas de Arafat”, cuenta resignada Gordon, apoyada por su compañera Edith Maor, que dice estar “preocupada” porque “más de la mitad de la sociedad israelí apoya fuertemente una política de derechas”.

Maor, nacida en Estados Unidos, emigró a Israel con 21 años y reivindica que, “el hecho de que tengamos derecho a tener un país (Israel), no significa echar a los demás (palestinos)”.

A Gordon le suelen preguntar si no tiene miedo, a lo que ella contesta tajante: “Tengo más miedo de que un ultraortodoxo de Jerusalén me tire piedras en ‘shabat’ (jornada sabática del judaísmo) a que un palestino me tire piedras en Ramala”.
Las integrantes de Majsom Watch organizan también tours para israelíes y extranjeros en los que muestran las singularidades del conflicto y explican, in situ, las causas y consecuencias de la ocupación
“Tengan ustedes un buen día, soldados”, se despiden Gordon y Maor amablemente al terminar la jornada.

lunes, 4 de enero de 2016

El País: ‘Fujilecciones’ olvidadas

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Héctor Schamis

El 11 de septiembre de 2001 se firmó la Carta Democrática Interamericana. Fue pensada como un instrumento jurídico y político para prevenir rupturas del orden democrático. Ello ya sea producto del tradicional golpe militar o bajo presidentes que, llegados al poder por el voto, una vez allí lo usan para violar la legalidad constitucional y perpetuarse. Se firmó en Lima, precisamente, porque el caso de texto fue el Perú de Fujimori. Es una historia que debe recordarse hoy.

Fujimori fue un precursor del autoritarismo del siglo XXI. Había sido electo en 1990, derrotando a Vargas Llosa. Un recién llegado a la política, en campaña se oponía a la liberalización económica y atemorizaba al electorado con la austeridad que proponía su adversario. En realidad fue gato por liebre, ya que ni bien llegó a la presidencia implementó un draconiano ajuste y reforma estructural. Fue el Fujishock.
La búsqueda de la discrecionalidad en la política económica, junto a la amenaza terrorista de Sendero Luminoso, le sirvieron como pretextos del autogolpe de abril de 1992. Fujimori disolvió el Congreso, suspendió la constitución y avasalló al poder judicial, removiendo más de una centena de jueces y fiscales. La OEA denunció el golpe, reclamando el retorno a la legalidad democrática. Brasil, Costa Rica y Argentina retiraron sus respectivos embajadores. Este último y Chile solicitaron la suspensión de Perú de la OEA; Panamá y Venezuela rompieron relaciones diplomáticas. El expresidente Alan García se exilió en Colombia.

A partir de allí fue autocracia, sin adjetivos, con corrupción, arbitrariedad y abusos. Fujimori convocó a una convención constituyente, siendo una nueva constitución aprobada en un referéndum de dudosa legitimidad en octubre de 1993. Un verdadero traje a la medida, se postuló a un nuevo período en 1995. La Constitución de 1979, vigente hasta entonces, no autorizaba la reelección inmediata.

Ante formas autoritarias innovadoras—como el “golpe judicial”—hay que responder con más innovación democrática.



Sobre esta base Fujimori buscó su tercera presidencia. En lo que ya es un clásico, su argumento fue que le correspondía un segundo período bajo la Constitución de 1993, ya que el primero había sido bajo la de 1979. El proceso electoral concluyó con Fujimori nuevamente reelecto en Mayo de 2000, pero bajo múltiples denuncias de inconstitucionalidad y fraude, además del acoso de las protestas sociales.
La OEA mantuvo un activo papel, auspiciando la Mesa de Diálogo. El régimen entró en acelerada descomposición al revelarse videos incriminatorios de la corrupción de Montesinos. Fujimori huyó, enviando su renuncia a la presidencia por fax y desde Tokio. Ello abrió paso al gobierno de transición de Paniagua, entonces Presidente del Congreso. Javier Pérez de Cuellar, ex Secretario General de Naciones Unidas, fue Jefe de Gabinete y Canciller, dándole fuerte impulso a la idea de la Carta Democrática.
¿Suena conocido? El Perú de los noventa obliga a recordar la lección del multilateralismo porque ninguna crisis democrática es materia exclusiva de la soberanía nacional. El proceso de la Carta Democrática fue gradual. Primero la Mesa de Diálogo en Lima, luego la adhesión de algunas naciones, la posterior Declaración de Québec en la Cumbre de las Américas de abril de 2001, las negociaciones y el borrador de la Carta en la Asamblea General de San José en mayo, y su redacción final y aprobación en Lima en septiembre.
Dicho proceso también es una lección de creatividad: frente a crisis que presentan desafíos desconocidos, se deben buscar fórmulas institucionales nuevas. Debería ser un espejo para la crisis venezolana. Las rupturas ya no son por medio de golpes militares, ni tampoco autogolpes como el de Fujimori. Ante formas autoritarias innovadoras—como el “golpe judicial”—hay que responder con más innovación democrática.
El mayor valor de la Carta Democrática fue que, con Perú como preocupación especifica, definió un conjunto de normas de aplicabilidad general ancladas en una estrategia multilateral. Esa podría ser la metodología a seguir hoy en Venezuela.

Fuente El País: